El día soleado anunciaba una carrera calurosa, y como no, Lertxundi no quería enfriar ese ambiente sin su participación. Ocho de sus miembros se desplazaron hasta Castro para realizar la clásica de dicha ciudad costera 100 km que se vaticinaban rápidos y por ende, duros.
A las 9:00 de la mañana se dio su salida, y sus aproximados 1500 participantes comenzaron la carrera con el ansia de llegar a la meta, es decir con un ritmo bastante fuerte. La orografía de la carrera comenzaba con un falso llano en el cual sus diferentes repechos puso a cada uno su lugar, según sus fuerzas y fondo. La carrera que se prometía rápida se confirmaba.
A los llanos le seguían las primeras subidas, cortas y con cierta dureza, pero como las piernas estaban frescas y bañadas por una temperatura suave, se subieron sin dificultad. Lertxundi, con seis miembros adelantados y dos rezagados, todos ellos a todo ritmo, no dejaban en su empeño de hacer una carrera bonita.
Tras la bajada del primer puerto, la carretera serpenteaba entre las montañas costeras cántabras que nos conducían hacía el interior de las encartaciones. Cuando comenzábamos a saborear el llano comenzamos el segundo puerto. Quizás un poco más duro que el anterior, pero todavía con buena reservas de energía, pudimos subirlo. Pero no era tan dura la subida como la bajada. Una bajada peligrosa donde uno de los nuestros, gracias a su pericia, o suerte, o combinación de ambas cosas, reventó en plena curva y evito una caída peligrosa. Allí la cabeza de se convirtió en cola y la cola en cabeza. Se invirtieron las posiciones y alguno de los rezagados se puso en cabeza. Tras veinte minutos de parada técnica el grupo que ayudo a reparar el reventón continúo su carrera.
Comenzaba un largo llano el cual acababa justo antes del último y más largo y alto puerto. El calor comenzaba a hacer sus efectos y todos los ciclistas tirábamos de agua confiando en la parada de avituallamiento antes del último puerto, el más largo y quizás menos duro en pendiente. Una organización que no supo prever el calor y por tanto la necesidad de agua defraudo a todos aquellos corredores que estaban de la mitad hacia atrás de la carrera. Ya que cuando llegamos la mayoría de los corredores a reponer fuerzas, el preciado líquido se había evaporado por culpa del calor en las gargantas de los sedientos ciclistas. En esta parada nos reagrupamos, y resignados y confiados en la esperanza de tener agua más adelante comenzamos la subida del puerto.
Un puerto que hizo sus pequeños estragos. A alguno se le atraganto en el flato, a otros en cambio, tirados como por una cuerda de algún compañero, lo subieron mucho más rápido de lo que creían. El caso es que de una manera u otra llegamos a la cima, donde tampoco había agua y nos resignamos a continuar en busca de ese preciado tesoro. La bajada rápida pero menos peligrosa que la anterior nos llevo a una fuente donde al fin tuvimos recompensa y pudimos llenar nuestros botellines.
Los últimos 40 km fueron un descenso continuo donde cada uno ocupo su lugar del inicio de carrera. Los más fuertes impusieron un ritmo de 40/45km hora, con puntas de 50 km/h gracias a algunos desniveles, y los menos fuertes nos fuimos rezagando al igual que desinflando.
La parte final fue dura para todos, otra vez los falsos llanos parejos a la costa. Las fuerzas limitadas o agotadas pasaban factura, y sólo se veían sobrepasadas por la cercanía de la meta, que animaba a pedalear una y otra vez.
Así termino la carrera en un día soleado donde el sol y algunos pinchos de tortilla nos esperaban.
La parte final fue dura para todos, otra vez los falsos llanos parejos a la costa. Las fuerzas limitadas o agotadas pasaban factura, y sólo se veían sobrepasadas por la cercanía de la meta, que animaba a pedalear una y otra vez.
Así termino la carrera en un día soleado donde el sol y algunos pinchos de tortilla nos esperaban.